Veraneando en Maquegua

Este rinconcito de la Región del Maule recibe cada año a veraneantes en busca de tranquilidad, calorcito y gratas compañías; recuerdos e historias hacen de este punto de encuentro un lugar especial.

Tardes de río

Maquegua: “lugar del maqui” (nombre seguramente mapuche), donde el maqui es un fruto que escasea, por no decir que no he visto más que mora y cada vez menos, ni la sombra de la cantidad que saboreaba en el regreso del río, tiempo en que se recolectaba para hacer mermelada.

El calor obliga a buscar un poco de frescura en el río Maule, a pesar que en su orilla solo hay piedras y un poco de arena, vale la pena bajar hasta ahí y siempre es bienvenido un chapuzón helado en las aguas que pasan saludando a los bosques.

Desde pequeña que visito este paisaje año tras año, ya no como antes que permanecía prácticamente un mes entero. El río era el principal atractivo para los más chicos, donde podíamos nadar, andar en canoa y disfrutar de la tarde compartiendo con los parientes.

Cuando Rubén Andrés, "el regalón", era más chico que yo.

Aunque verano, no faltaba la fuerte lluvia de varios días que hacía poner el agua sucia, color chocolate, apenas asomaba un rayito volvíamos a bajar al río aprovechando las canoas.

Papá nos paseaba a Leo, Pamela y a mí, más grandes, solos o acompañados, los recorridos por el río eran más largos y a veces tardaban horas.

Bajar y subir las canoas no era tan complicado, pero la lancha… ahí se requería ayuda extra.

Días bajo el sol

Esta casa es el refugio que protege de los fuertes rayos del sol, aunque con el paso de los años ha cambiado su fachada y mejorado en sus comodidades, siempre será la que reúne a la numerosa familia en verano y la casi solitaria en los inviernos.

Al otro lado del puente se divisa la escuela rural, tras la curva 15 kilómetros nos separan de Constitución. El día pasa rápido: caminatas en días lluviosos o calurosos, siempre expectantes de que cosa nueva nos deparará la vía, la bocina del tren nos alerta del peligro, lo esquivamos y decimos chao a los viajeros que se tambalean rumbo a la costa.

Cuántas veces habremos ido y venido a la estación para esperar al visitante, despedirlo o simplemente para pasar el día aguardando la noche.


Paseo obligado: la piscina, subir el cerro por un agotador camino para comenzar el descenso entre ramas donde apenas se vislumbra el sendero y así llegar a la caída de agua, tan helada que solo los valientes se dan un chapuzón, el resto admiran el paisaje.

Sea verano, otoño, invierno o primavera, la compañía y la naturaleza se quedan en nuestras retinas.

A través de los años diversas caras han pasado por este campo, inevitablemente no volveremos a ver a muchos, cada encuentro es irrepetible, hemos crecido, emigrado, vuelto a encontrarnos, pasado por “casas club”, asados, peleas, amores, todo esto en días con sabores más dulces que amargos.

Noches Maqueguanas


Qué hacer cuando llega la noche, siempre hay algo que hace entretenido el paso de las horas.

Las infaltables fogatas en el río, hasta que el frío se apodera del lugar y el combustible se acaba, noches largas de risas, juegos, chistes, historias.

Celebrando el 14 de febrero con una fiesta de disfraces en la bodega, todos con pijamas entretenidos, esas cosas que se dan una vez en la vida pero que recordamos siempre.

Este lugar habitual es un centro necesario para la conversa, las partidas de cartas, en la niñez la “metrópolis”, las risas y voces altas compartiendo comilonas y copete.

La mesa de pool, aporte del gran jugador de la casa, por mi parte solo un rato me entretiene, el resto es la risa, el vinito y esperar la próxima parada de la noche.

Cuando el fuego se extendió a gran escala en el pedregal, esa vez controlado, lamentablemente ha habido incendios que han sacado sudor a los de turno, aparte de las talas y el avance del río que hacen cambiar el paisaje.

El día de Maquegua

Aunque no hay fecha clara de cuándo es el “Día de Maquegua”, partió esta celebración como una cosa simpática, un día de febrero, entre familiares. Poco a poco se ha ido convirtiendo en un evento de fin de semana, que atrae a visitantes de otros parajes, con stand y producción más elaborada, competencias, comida, bailes, música y mucha entretención.







La despedida


Cuando, a parte del tren, el medio era el río, llegadas al campo y retiradas eran un evento ya que debíamos utilizar la lancha para desplazarnos hasta la Piedra del Lobo, lugar donde se guardaban los vehículos, de lo contrario 2 kilómetros a pie por la línea, para luego cruzar en bote y llegar al auto.

Todos recibíamos y despedíamos a la familia veraneante de turno.

Una vez que el camino por los cerros fue terminado, el trayecto era Constitución-Maquegua directo a la casa, con un poco de dificultad eso sí por las rutas angostas con curvas cerradas, autos en pana y arena suelta que no hacía muy placentero el viaje.

Poco a poco los veraneantes iban dejando el campo, ahí se iban amores y recuerdos gratos de un verano más junto al cerro, el río y la estación.

Historias seguirán tejiéndose en este paraje, ¿dejaremos de ver el buscarril?, ¿tendremos vías de cemento frente a la casa?, ¿aumentarán las construcciones, como crecen las familias?, se acabarán las disputas territoriales, quién sabe lo que deparará a este punto de encuentro, el tiempo lo dirá.